
El que busca a Dios con todo el corazón lo hace con todas sus facultades y su gran capacidad, como: voluntad, mente, su capacidad de amar y su gran sensibilidad.
El creyente digamos qué presta atención a lo mejor de sí mismo: “dentro del corazón soy lo que soy” (Confesiones 10, 4, 4) y es de ahí donde nacen y se formulan las preguntas más radicales, como un día también lo hizo San Agustín: ¿Quién soy? ¿Hacia dónde me dirijo?.
Y, dentro de toda su persona (Agustín) todo ese conjunto de realidades que no podemos olvidar: alegría y sufrimiento, entusiasmo o serenidad, sentimiento de plenitud o indignación, agradecimiento, innovación, temor o fascinación…
Pero en medio de todo ésto se encuentra la persona inconfundible de Dios y su invitación que reclama respuesta y decisión. Dice San Agustín: “¿ Qué soy yo? ¿Qué naturaleza es la mía? Mi vida es variable, multiforme, y llena de tensiones en mi búsqueda constante” (Confesiones 10, 17, 25).
Por ello, cada uno con y desde San Agustín, debe preguntarse, como es su respuesta a Dios desde el corazón. Si reaccionamos con prontitud a ese mensaje de esperanza, reconociendo a Dios qué nos ama, si escuchamos el mensaje de Jesucristo -como un, “Toma y Lee, Toma y Lee”- y nos sentimos movidos a una respuesta confiada.
Y, es que ésta experiencia en el corazón vivida con humildad y ternura, me lleva a descubrir que Dios me mira con ojos de amor, para yo aceptar la vida y la vocación como creyente -ya convertido- cómo gracia, como algo que se me ha dado y que me sigue dando…
Porque es aquí, dónde cesan las razones humanas, los méritos y todos los posibles privilegios, cómo descubrir y agradecer, día tras día el regalo de la misericordia divina en cada momento. Y, al final de este camino, hallarme con la certeza de que hay otro dentro de mi propio ser, porque no existo por mí, mismo.
Fray Rafael Hernández , OAR.