

En muchos momentos de la vida me ha tocado girar la cabeza y dar una vista atrás, mirar con profundidad de corazón y reconocer que el tiempo ha pasado, la vida ha marcado su ritmo, la historia ha volado con libertad, y mi vida ha corrido sin parar.
Me he detenido movido por la audacia del corazón, que inquieto y siempre intrépido, me ha lanzado sobre la gratitud del amor.
La mirada al pasado, ha permitido adentrarme en la verdad del amor, de la sencillez y del deseo -Agustino al fin- sin desperdicio de la vida, que se desliza entre la fina línea del nosotros y el yo -Recoleto en el andar- donde abrazamos la vida que se va llenando de sabor y sazón en la pequeñez de cada día.
Y, ¿acaso tendrá vida el pasado? Lo tiene cuando hay amor, cuando entre los lazos de la experiencia se ha germinado la dulce flor que fascina con su belleza para exclamar esta verdad que es Dios.
Agustín, enamorado de la vida, se descubrió en el centro del amor, abrazó y aliento dio; enamoró y huellas dejó; su vida entre los hermanos en legado se transmitió, y su vida y su vivencia llegan hasta mí, permitiéndome darle un agradecimiento especial, sencillo e inquieto, a quien con su llama en el corazón a estos siglos de historia vida le dio.

Fray Eduardo Caripe