“El Corazón de María es un Corazón encendido de amor a Dios y de caridad por nosotros”. San Juan Eudes.
La festividad del Inmaculado Corazón de María nos recuerda que nuestra madre no eligió su vida autónomamente, sino que dejó a la voz de Dios orientar su corazón y sus pasos. Nos lo recuerda San Lucas: “Guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”. Lc 2, 19.
Resulta admirable cómo el Corazón de nuestra madre, a pesar de atravesar un mar de dolores, es todo amor por nosotros. Ella nos ama con la misma fuerza con que ama a Dios y lo mira a Él en nosotros; de esa manera, guardamos a María en nuestro corazón y por medio de ella podemos ver a Cristo en los demás.
María, llamada por San Agustín “trono de Dios y palacio del Rey eterno”, tiene un corazón que actúa, porque el que ama sirve. Es un ejemplo perfecto de solidaridad activa, santidad y humildad que nos hace sentir más cercanos al amor de Dios, motivándonos a actuar frente a las necesidades de nuestros hermanos. Así nos invita el Papa Francisco:
“También nosotros, como María, recemos, actuemos y abramos el corazón para comprender que cada día que Dios nos concede es una ocasión para acoger su voluntad y cumplirla con un corazón lleno del amor y bien dispuesto al servicio”- Papa Francisco.
Como Voluntarios, las experiencias que vivimos pueden ser duras, pero María, con su Inmaculado Corazón de madre. María nos protege en los momentos de turbulencia espiritual, nos acoge bajo su manto, y nos invita a tener un corazón abierto a los demás.
Mirar a María es aprender a seguir a Jesús entre la variedad de posibilidades que nos ofrece el mundo. Ella nos da un solo consejo para responder ejemplar y rectamente: “Hagan lo que Él les diga”, Jn 2, 5.
Por eso, con la misma convicción de María al decir “Hágase en mí según tu palabra” Lc 1, 38, y siguiendo el ejemplo de su Inmaculado Corazón, aceptemos también, con amor y valentía, la misión que Dios, y la Santa Iglesia, nos encomienden para servir a los demás, recordando que “María se levantó y partió sin demora” Lc 1,39.
Autor: Eduardo Sogliani, JAR